sábado, 23 de noviembre de 2013
Café cargado de decepción
Supongo que siempre es así, cada mañana en ese apurado café de las siete y media de la mañana, me trago decepciones con las que nunca pensé tener que lidiar, detalles que te llegan al fondo del alma, besos que nunca han sido sinceros. Y así, es como una se da cuenta del punto de inflexión al que ha llegado, cuando no saborea su bebida de malvados, su momento de encontrarse con el momento de la realidad del nuevo día que comienza. Ni cuando el tiempo de tomar este café es más dilatado la cosa mejora, más bien al contrario, tragas más decepciones, mas hostias de la vida, más tristeza, más miedo de enfrentarte a un nuevo día. Y llegan los días que no puedes beber, que no quieres un café con sal, un café en el que caen gotas de lluvia que vienen de tus ojos. Y así, llegará el día que la taza de café te espere en la encimera, con sus decepciones dentro, con todo lo que el mundo te ha cargado a tus espaldas, pero ese día ya no habrá nadie allí para beberla.
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